"No intentes cambiar tu pasado. Vive tu presente y edifica tu futuro con dicho pasado como cimiento." (E.)

miércoles, 29 de abril de 2015

Referencias cruzadas.

Esas manos grandes. Desde el primer momento que lo vio, se quedó prendada. Dios, si lo hizo. Pero era el típico. Alto, alto, guapo, guapo. Rubio, de ojos azules y con sonrisa perfecta. Sonrisa que quieres que te deje estampada en el culo. Dios. Ella ya sabía que era el típico, lo sabía por los gestos de sus manos. Las grandes manos del chico. Todo en él era grande, o eso quería pensar. Todo en él parecía perfecto. Hasta que se fijó en sus uñas. Maldijo para sus adentros, pero pensó que tenía solución.
Si tan solo fuera capaz de hablarle. La situación era incluso divertida: ella, la sin-etiquetas, intimidada por un hombre. Uno que no podía ser mejor que ella. De hecho, ya se lo habían dicho: era el típico. Solo hay que trabajar un poco más, se dijo.
Entonces recordó como lo había conocido. En un evento de esos. Lo dominaba todo y ella sentía la fuerza que emanaba. Pero se sentía incómoda, aun cuando no la miraba a ella. Y es que él era consciente de que lo podía tener todo y definitivamente, esa era la visión que quería transmitir de sí mismo.
No fue esa noche cuando los presentaron, sino que tuvo que esperar hasta una cena. Ella sabía que estaría ahí y se armó como mejor sabía. Eligió la ropa cuidadosamente porque sabía que con él no funcionaría lo fácil. Era un ser profundo y a esos no se les habla desde lo mínimo. Había que llamar la atención, sí, pero con clase. Ponte perfume en donde quieres que te besen. El pelo al aire.
La cena fue realmente exquisita en todos los sentidos y no solo porque estuviese él. Hacía mucho que no se sentía tan llena intelectualmente. Tolstoi, Nietzsche, Diderot, Balzac, Beckett (oh, dulce), Hemingway, los clásicos, los nuevos… Todos esos inundaron la noche y la inundaron a ella. El arte los recibió con los brazos abiertos y casi fueron la Última Cena.
El vino casi había hecho que se olvidase de él. Pero apareció entre Medea, Lolita y Ofelia. Y le habló de todo, la trajo y la llevó a donde quiso y ella ya no se sintió intimidada. Se dejó llevar, arrastrada por sus palabras estudiadas que parecían casuales, por los movimientos de las manos que acompañaban cada énfasis verbal. Y parecía que el tiempo no pasaba hasta que se tuvieron que ir. En realidad, no pasó nada, no hubo insinuaciones, ni siquiera un “nos vemos otra vez”. Se despidieron y por primera vez en mucho tiempo, no se sintió vacía. A pesar de todo, parecían ser iguales.
En casa, ya de madrugada, no dejaba de pensar en él. Estaba claro que le atraía y lo hacía de una forma única. Tenía la necesidad de estar con él y que la instruyese en todo lo que sabía. Pero le seguía pareciendo un gigante.
En los meses siguientes, debido a los eventos, coincidieron bastante. Viajaron juntos, incluso. Y ni siquiera así, ella dejó de sentirse así. Igual era por las manos de David de Miguel Ángel o por su humor o por su pelo o porque hablaba como hablaba. O por cómo le quedaban los trajes. Hasta entonces, lo había visto de casi todas las maneras posibles y solo le quedaba una.
Pero se estaba cansando. Pensaba que ya no merecía la pena. Recuperó los pensamientos y decidió que no iba a dejar que la dominasen. Era ella la que dominaba, la que controlaba todo y hacía que los hombres se volviesen nada en cualquier sitio. Sin embargo, cada vez que tomaban café, ella volvía a caer. Y no se arrepentía. Quería descubrir la violencia de sus manos.
La prueba definitiva llegó en verano. El trabajo había acabado, pero los amigos seguían. Ukeleles de fondo, ahora todo era más informal. Si se paraba a pensarlo, no sabía mucho de él. Pero tampoco quería saberlo. En realidad, con él tenía dos objetivos: unas uñas perfectas y una noche a solas. Para cuando acabó el verano, consiguió eso y mucho más.
Una noche cualquier, fue ella la que organizó la cena. No pretendía ser algo especial, solo quería celebrar la vida. Sin embargo, repitió el mismo proceso: ropa clásica, cabello suelto y perfume en partes estratégicas. Realmente no sabía a lo que se estaba arriesgando, sabía que a él le gustaban las chicas más que a los tiburones la sangre. La cena resultó una situación de lo más agradable. La compañía era perfecta y la comida, excepcional. Pero un detalle había fallado. Él no había ido. Ni siquiera había llamado para anunciar su ausencia. Simplemente no apareció.
Pobre de ella. O no tanto. Había mucho vino en casa. Había otros hombres también. Y no muy lejos. De hecho, ahora solo se codeaba con el poder. Y el poder estaba reunido en su piso. ¿Quién se cree? Se preguntó. Ella era el poder. Pero no tenía ganas de usarlo con otro que no fuera él. Acabó por despedir a los que quedaban, con un poco de decepción en sus palabras. La cocina estaba sucia, el salón desordenado, pero no se arrepentía de nada.    
Se dio un baño eterno y fue dramático ver como el agua se volvía rosa después de que las manos temblorosas tiraran la botella de vino. ¿Es que no había nada más patético que emborracharse por un hombre? Si Cleopatra se bañaba en leche y durmió con Julio César y Marco Antonio, ¿qué le esperaba a ella? Dormir con ella misma. Se secó ligeramente y se acostó en la cama, mirando al techo. Decidió no quedarse con las ganas y jugó sola hasta quedar más que saciada. ¿Para qué necesitamos a otros si nos bastamos nosotros solos? Las uñas cortas eran lo fundamental, lo sabía.
Casi se dormía, con toda la sensualidad llenando la habitación, cuando llamaron a la puerta. Se quedó paralizada. No podía ser. Odiaba con toda su alma a la persona que estuviese al otro lado por sacarla de tan delicioso éxtasis. No quería levantarse, no quería vestirse. Pero algunas partes de su cuerpo le decían que tenía que ir. Hizo el mínimo esfuerzo y vio por la mirilla. No podía ser. Ahí estaba él, como no podía ser de otra manera, enfundado en americana oscura y mostrando una sonrisilla de medio lado. No tenía otra alternativa: tenía que abrir la puerta.
 – ¿Dónde quieres que te bese?­­ –Le preguntó.
Ella señaló dónde.  


miércoles, 22 de abril de 2015

Ay, vice.

-¿Dónde está X?
+Para Y, muerto.
-Teníamos que haberle dicho que desaparecería sin más, que es de esa clase de hombres.

domingo, 19 de abril de 2015

M.K.

Millicent Kelsey es una dama alta, majestuosa y sensual a la que le apasiona el arte.
Millicent Kelsey se ha comprado un armiño. Millicent Kelsey nace de la espuma del mar.
Es artista de circo. La han obligado a casarse.
Millicent Kelsey es hermosa. Millicent Kelsey es inmortal.
Con sus zapatos rojos. Con su vestido verde.
Millicent Kelsey es mi Eleanor Rigby. Millicent Kelsey debería existir.
Posa desnuda. Posa vestida. A Millicent Kelsey no le importa.
Millicent Kelsey quiere ser garçon.
Anda desnuda en caballo. Se suicida en un río.
Millicent Kelsey ha tenido hijos, ha tenido abortos. No son de uno, son de otros.
Bebe champán, Millicent Kelsey. Es bailarina, se mece en columpio.
Millicent Kelsey es de mármol.

Millicen Kelsey, lo eres todo y no eres nada.

Todas son tú, Millicent

Deseada(s).

¿Sabes, Canela del presente? Creo que no eres consciente de lo distintas que son las cosas. Pudo haber más cosquillas antes, otros pares, otras ganas no vertidas en ti y aún así solo tú duermes con sus camisetas y sus calzoncillos.
La frontera es muy fina y por eso debes darte cuenta que hay mucha distancia.
También eran años menos y se estaba a lo que se estaba.
Cambiamos, es cierto. Nos cambiamos mutuamente para bien, es cierto.
Y te entiendo, no te creas. Siempre habrá diferencias. Es normal la rabia de saber que por vicisitudes de la vida, tú lo diste todo nuevo. Es normal la rabia de saber que eres la última. Pero es la alegría.
Y esperamos que sea así, que no sea papel mojado. Que la cursilería no se esfume sin más.
Imagínate qué trauma. 3 con 7. Después de todo, las cosas son tan volátiles.
Y vuelvo a pagar 5.70. Todos los días.
Eres el futuro, Canela. O por lo menos piensa así.

jueves, 9 de abril de 2015

Pi.

Y cuando controlas el tiempo, por fin te das cuenta de que es tu sitio. Porque sabes que lloverá, aun estando a cien kilómetros. Porque sabes que un minuto basta para que la comida salga calentita del micro, mientras a otros se les derriten las manos.
Ahora solo faltan los semáforos y será todo mío.
Todo sea, Canela, por ser un gran imperio medieval.
Muahahá, hahá, hahahá.

sábado, 4 de abril de 2015

Cuando hace verano (y primavera) siento las mayores ganas de estar a tu laíto (¡ay, ay, ay!). No te quiero menos en invierno o en otoño, pero cuando hace verano... Ay, cuando hace verano.
Perpetuamente.