A veces -o siempre- pienso que mi vida es una gran mentira, que todo lo que hago es una farsa. Síndrome del Impostor, le llaman. Y es curioso porque no es realmente a las demás personas a las que temo decepcionar, es a mí misma, aunque eso no es novedad. Es miedo.
Es hora de sacar a la Canela que no vale a airear, como si fuera un abrigo de inverno. No le daremos flores porque no tiene sentido matar algo bello para honrar a algo vivo, de la misma manera que no tienen sentido las flores en los funerales judíos; no se le quita la vida a algo para dárselo a algo ya muerto.
Si de quien pretendo huir, seguirá dentro de mí.
No nos rendimos nunca, Sócrates.
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