Soñé que besaba, mordía, lamía y luego se iba y ya no me quería.
Sin fuerza, sin ánimo, polvo, sólo por un gusto oculto que jamás volvería. Aquella voracidad atestiguada por la almohada se comió al orgullo y, altanera, manchó el recuerdo. Luego dijo que era demasiado optimista para escribir en las paredes, y la pequeña dosis de realismo acompañó a la puerta al cínico.
Y maldecir no tener memoria selectiva o no ser un ente sin curiosidad.
No fue para nada un sueño bonito como esperaba.
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