1º hecho.
¡Estoy harta! No puedo seguir consintiendo que, noche tras noche, me devores, me comas, me dejes seca, te aproveches de las partes descubiertas de mi cuerpo y luego, mañana tras mañana, me dejes así, sola, molesta, adolorida, fría, sin calurosas despedias, sin escenas salvajemente tiernas. Nada.
Te odio tal y como hieres.
Todos iguales, sí, todos iguales a ti. Todos unos mosquitos desagradecidos y aprovechados.
2º hecho.
Se acabaron los días de esperar en la sala de las pequeñas sillas de colores. Ahora, cada vez que regrese a allí, tendré que esperar en la sala de adultos.
Porque, al fin y al cabo, me guste o no, tener una edad determinada cambia determinadas cosas. Entre ellas, dejar de ir al pediatra.
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