"No intentes cambiar tu pasado. Vive tu presente y edifica tu futuro con dicho pasado como cimiento." (E.)

miércoles, 28 de diciembre de 2011

To J from A.

Cinco sesenta.
Un garito de tres por cuatro en el que servían una comida de muerte. Él decía que  nunca se había podido explicar cómo en un antro tan pequeño se podía disfrutar de esa manera unas hamburguesas tan endemoniadamente buenas.
Dos hamburguesas con queso venían de camino. Ella sentía el calor de mil demonios que la recorría y que en parte la abrasaba por dentro. Tenía ganas, muchas ganas, y sabía, por sus estudios previos del comportamiento de él, que también se moría de ganas.
Tres taburetes de distinta altura para hacer llevadera la espera a los clientes. Él subía su mano por el muslo de ella mientras la chica, la sin-etiquetas, tarareaba la melodía de la canción que salía de algún lugar del techo.
Cuatro llamadas de teléfono al local. Tenía fama y mucha clientela. Apoyó delicadamente su mano en el fin del estómago de él. Tanta lujuria y tanta pasión se veían derrochadas. Él jadeaba bajito.
Cinco las veces que se había enfadado mentalmente con él. ¿Cómo puede ser alguien tan jodidamente perfecto? Se derretía con solo mirarlo. Todo él la perdía; sus brazos, sus labios, su espalda… Todo, absolutamente todo de aquel que ahora se mordía de forma seductora los carnosos labios.
Seis plásticos andantes enfundadas en tacones y minivestidos de tubo entraron y pidieron hamburguesas. Llenaron el garito con el humo de sus pitillos. Quería ser agresiva, quería cogerle por sorpresa, pero no era capaz. Se acercó a su oreja y se la mordió. Jugueteó con el lóbulo hasta que fue consciente de que él dejaría escapar un gran gemido y serían el centro de atención del diminuto local. Siguió. Bajó al cuello y formó un camino de besos rápidos, certeros, mortales, hasta la clavícula. Luego se enderezó en el taburete y echó una ojeada al menú. Él sudaba.
Siete los perritos calientes que recogió el tío que ocupaba el tercer taburete. Le dio al cocinero un billete grande y se largó sin la vuelta. Afuera se escuchó el rugir de una Harley. Deseaba con todas sus fuerzas irse de allí y ser salvajemente amada. Solo quería sentirlo. Y ya. Las cursilerías vendrían después. Nada de previos, nada de nada. Solo eso y nada más.
Ocho veces miró hacia la matrícula que estaba en la pared de en frente. Era irónico como el dueño, teniendo no exactamente un cuello muy largo, había colgado dicha matrícula con un “long neck” grabado en ella. “Cuello largo” les tendió el par de hamburguesas chorreantes. Pagaron y se largaron. Se tocaban, suspiraban por el placentero dolor y se besaban. No pensaban, ¿cómo habían de pensar?, si apenas eran capaces de dar un paso tras otro debido a la excitación. Estaban nublados de un placer que iría a más.
Nueve pasos, y mal contados, sentenciaron su agonía en una pared a la nada. Rápido, fue todo extremadamente rápido. Pero corría prisa. No se podían parar a nada, el dolor  y las ganas les apremiaban demasiado. Se dejó llevar por el frenético ritmo y se dejó caer cuando él hubo terminado.
Diez minutos los que faltaban para el bus que los separaría hasta otro futuro encuentro hiciese su aparición. Se vistieron mutuamente, al contrario de lo que pasaba normalmente, y se vieron inmersos en un nuevo beso, profundo, que les recordó lo amargo que sabía tener que irse. Caminaron en silencio cogidos de una mano mientras que con la otra sostenían la hamburguesa aún caliente que engullían sin prisa.
El bus llegó puntual y ella subió. Se sentó al final, en el sitio de siempre, y vio por la ventana. Él seguía afuera, como de costumbre, y la contemplaba. Quizá estaba alucinado por la belleza de ella. Quizá estaba sorprendido por el quererla tanto. Quizá ni siquiera pensaba. Pero mientras tanto, ajeno a todas las cosas que se le pasaban a ella por la cabeza, hizo un corazón con las manos, como de costumbre, y ella sonrió. Musitaron un “injusticia” cuando el autobús arrancó aunque ninguno de los dos escuchó al otro.
Le gustaba tener placeres violentos de vez en cuando.
Se mordió una uña y empezó a manar sangre de la herida. La chupó y dejó que el sabor de la sangre se entremezclara con el reciente sabor de él y la hamburguesa.

 Escrito del tipo que quería J. Un escrito de verdad lleno de pura ficción literaria. O no. 

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