"No intentes cambiar tu pasado. Vive tu presente y edifica tu futuro con dicho pasado como cimiento." (E.)

martes, 29 de noviembre de 2011

Pampatar, municipio Maneiro, 29 de noviembre de 2011.

Hoy, mientras estaba en cama haciendo otro trabajo obligatorio, escuché a mi madre hablar con la madre de cierto compañero que lle fai un fillo a quien se lo pida. A raíz de esto, y sin venir a cuento, me acordé, no sin pesar, de unos primos segundos o terceros míos.
Cuatro, dos niñas y dos niños que se intercalan en edades. Ellos tienen nombres comunes de la zona asquerosamente pobre en la que viven, mientras ellas lucen en sus C.I composiciones que acaban en -mar.
Viven en una casa, más bien pequeñita, que hace esquina en un cruce. Creo recordar que la puerta de la casa tenía unas cinco cerraduras, porque a parte de ser una zona extremadamente próspera para los pequeños/grandes conflictos armados, es una zona propicia para los robos a gente sin nada producidos por otra gente sin nada, que sin duda se pasa el séptimo mandamiento por donde la ropa no le calienta (porque sí, la gran mayoría, por no decir la mayoría absoluta, llevan en los cuellos morenos rosarios de plástico flourecentes y van los domingos al templo.) (La religión y parte de la sociedad.)
El niño mayor, que ha de tener mi edad, se paraba con chulería delante de una chica y le soltaba todos los vulgarismos que sabía, todas las palabras malsonantes que conocía y todas las posiciones del Kamasutra, las más "agresivas", que le habían enseñado. La susodicha, morena, morena, que seguramente llevaría muchas trenzas finas, se echaría a reír y él la cogería por la cintura, se darían un latazo y se irían a Charallave. Luego, claro, unos meses después, veríamos a la chica con las manos en la parte baja de la espalda, porque el peso de la barriga le puede, entonando el himno nacional en el liceo. (La reproducción.)
Al niño mayor, le sigue la niña mayor, que tiene un año menos. Ella decía que no quería estudiar, que quería ser artista, pero aún así, asistía "rigurosamente" a las clases del turno de tarde, que empezaba a la una y acababa a las cuatro y media. Tenía un boletín de notas que no levantaba de la D y una aptitud cartelopelúa y bulda e' fina, es decir, era un encanto vanidoso y agudo.Era admirada y cortejada por muchos, por lo que se preocupaba de en ningún momento llevar una semilla de la reproducción dentro, pero como no era del todo controlable, acudía con regularidad al dispensario y, pagando en especias, conseguía esas pastillas que reparte el gobierno cuando son las fiestas patronales. Y cantaba, sobre todo, cantaba. Porque quería ser artista. (La mujer en sociedad.)
A los otros dos los recuerdo pequeños, viajando de la casa de la madre (la cuál se entregó a la licorería, literalmente) hasta la casa del padre (la de la esquina) y viceversa. Recuerdo que la niña, la más pequeña, siempre olía como a salitre.
Ninguno de los cuatro pedía nada, ni esperaba nada. Solo estaban allí y ya. Tenían una vida que me alegro de no haber compartido. Yo, la hija de la tía Yosiris y la piel "clara", demasiado sifrina para su gusto y la que luego cruzaría el Atlántico y llegaría a España (país que no sabían identificar la última vez que estuve con ellos, pero que aún así no se perdían un Barça-Madrid). Ellos, bueno, ellos y sus sueños truncados por el escaso nivel cultural y moral y social.


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